Después de trece años sin editar nuevo material y dieciséis sin Graham Coxon en las guitarras, Blur vuelve al ataque y a demostrar por qué a pesar de todo siguen vigentes
the magic whip
En el 2003, hace ya doce años, Graham Coxon dejaba la grabación de lo que resultaría ser el último disco de Blur hasta este 2015, Think Tank. En ese entonces ya habían pasado casi cuatro años desde el magnífico 13 y la banda llegaba a un inminente y amargo final que se vislumbraba en los múltiples proyectos en solitario de Damon Albarn. Éste parecía más preocupado por lo que sería el segundo de Gorillaz (Demon Days) que por mantener con vida a su banda de siempre.
Pasó mucha agua bajo el puente: Coxon, el otrora guitarrista filoso e incisivo, inició una interesante carrera solista; el bajista Alex James siguió un poco de joda y hasta fue presentador de TV para un programa de la BBC que llegó a emitirse en nuestra televisión nacional (aunque usted no lo crea los Diarios de la Cocaína por Alex James pudo verse en TNU), y el baterista, el pobre colorado cuyo nombre nadie supo nunca (se llama David Rowntree) como buen nerd se dedicó a la animación digital.
Nadie pudo imaginar que la banda volviese, más aun teniendo en cuenta los entredichos de Albarn y Coxon sumado al éxito del primero con todo lo que hacía (Gorillaz, producciones para el gran Bobby Womack, grabar en África con el maestro Tony Allen, el súper grupo The Good, The Bad & The Ugly, etc.). Claramente el panorama para los nostálgicos britpoperos no era para nada alentador y, sin embargo, los amigos siempre pueden volver a juntarse: dejando asperezas y malos entendidos de lado –y aprovechando el revival de los grandes bandas que tras el billete volvían en tropel- Blur se reunió, giró y hasta llegó a Uruguay.
En medio de esa gira en apariencia eterna, los muchachos quedaron varados en Hong Kong donde –dicen– alquilaron un estudio para matar el tiempo. Mágicamente, de un latigazo como dice el título del álbum que nos ocupa, Blur grabó un buen puñado de canciones a las que terminó de pulir Graham Coxon con Stephen Street, uno de los productores de las primeras horas de Blur. Si bien en estos tiempos de manipulación extrema de la información no deberíamos creer en nada, a los muchachos de Colchester les creemos porque The Magic Whip suena lúdico, juguetón y, si bien en una primera escucha puede llegar a desacomodar, es 100% Blur.
Con lo de más arriba nos referimos a que el disco es un pastiche ecléctico en la mejor tradición de la banda, la de Blur (1997) y el mencionado 13 (1999) y más que nada a la de Damon Albarn solista, sobre todo a su último opus, Everyday Robots(2014) del cual este The Magic Whip parece ser el broche de oro. Los tópicos son los de la alienación, las nuevas tecnologías, el sentirse acompañado pero solo al mismo tiempo, que, sumadas a la imaginería hongkonesa del arte de tapa y los videos, nos hacen pensar en que Albarn comandó la cuestión.
Desde el vamos se puede sentir el filtro mugriento de la guitarra de Coxon en el que sin dudas es uno de los temas del año (“Lonesome Street”), pero lo cierto es que lo que abundan son los climas apesadumbrados y minimalistas (“Ice Cream Man”, “My Terracotta Heart”, “Ghost Ship”) y por momentos experimentales o teñidos de sutiles ritmos asiáticos y africanos (“New World Towers”, “Thought I Was A Spaceman”) que no son más ni menos que las obsesiones de Albarn puestas en un formato canción en el que lo acompaña su banda de siempre. Ojo, esto no es todo, hay momentos más descontracturados como “Go Out”, “Ong Ong” y “I Broadcast”. Pero sobre lo que nos quedan dudas es si este disco es un supuesto fruto de la casualidad o es algo que Albarn venía elucubrando desde hacía un tiempo. Nunca lo sabremos, pero nos quedan las canciones, y en ese sentido, el de Blur es un regreso más que digno.
(*) Este artículo fue publicado previamente en Revista Moog
the magic whip
En el 2003, hace ya doce años, Graham Coxon dejaba la grabación de lo que resultaría ser el último disco de Blur hasta este 2015, Think Tank. En ese entonces ya habían pasado casi cuatro años desde el magnífico 13 y la banda llegaba a un inminente y amargo final que se vislumbraba en los múltiples proyectos en solitario de Damon Albarn. Éste parecía más preocupado por lo que sería el segundo de Gorillaz (Demon Days) que por mantener con vida a su banda de siempre.
Pasó mucha agua bajo el puente: Coxon, el otrora guitarrista filoso e incisivo, inició una interesante carrera solista; el bajista Alex James siguió un poco de joda y hasta fue presentador de TV para un programa de la BBC que llegó a emitirse en nuestra televisión nacional (aunque usted no lo crea los Diarios de la Cocaína por Alex James pudo verse en TNU), y el baterista, el pobre colorado cuyo nombre nadie supo nunca (se llama David Rowntree) como buen nerd se dedicó a la animación digital.
Nadie pudo imaginar que la banda volviese, más aun teniendo en cuenta los entredichos de Albarn y Coxon sumado al éxito del primero con todo lo que hacía (Gorillaz, producciones para el gran Bobby Womack, grabar en África con el maestro Tony Allen, el súper grupo The Good, The Bad & The Ugly, etc.). Claramente el panorama para los nostálgicos britpoperos no era para nada alentador y, sin embargo, los amigos siempre pueden volver a juntarse: dejando asperezas y malos entendidos de lado –y aprovechando el revival de los grandes bandas que tras el billete volvían en tropel- Blur se reunió, giró y hasta llegó a Uruguay.
En medio de esa gira en apariencia eterna, los muchachos quedaron varados en Hong Kong donde –dicen– alquilaron un estudio para matar el tiempo. Mágicamente, de un latigazo como dice el título del álbum que nos ocupa, Blur grabó un buen puñado de canciones a las que terminó de pulir Graham Coxon con Stephen Street, uno de los productores de las primeras horas de Blur. Si bien en estos tiempos de manipulación extrema de la información no deberíamos creer en nada, a los muchachos de Colchester les creemos porque The Magic Whip suena lúdico, juguetón y, si bien en una primera escucha puede llegar a desacomodar, es 100% Blur.
Con lo de más arriba nos referimos a que el disco es un pastiche ecléctico en la mejor tradición de la banda, la de Blur (1997) y el mencionado 13 (1999) y más que nada a la de Damon Albarn solista, sobre todo a su último opus, Everyday Robots(2014) del cual este The Magic Whip parece ser el broche de oro. Los tópicos son los de la alienación, las nuevas tecnologías, el sentirse acompañado pero solo al mismo tiempo, que, sumadas a la imaginería hongkonesa del arte de tapa y los videos, nos hacen pensar en que Albarn comandó la cuestión.
Desde el vamos se puede sentir el filtro mugriento de la guitarra de Coxon en el que sin dudas es uno de los temas del año (“Lonesome Street”), pero lo cierto es que lo que abundan son los climas apesadumbrados y minimalistas (“Ice Cream Man”, “My Terracotta Heart”, “Ghost Ship”) y por momentos experimentales o teñidos de sutiles ritmos asiáticos y africanos (“New World Towers”, “Thought I Was A Spaceman”) que no son más ni menos que las obsesiones de Albarn puestas en un formato canción en el que lo acompaña su banda de siempre. Ojo, esto no es todo, hay momentos más descontracturados como “Go Out”, “Ong Ong” y “I Broadcast”. Pero sobre lo que nos quedan dudas es si este disco es un supuesto fruto de la casualidad o es algo que Albarn venía elucubrando desde hacía un tiempo. Nunca lo sabremos, pero nos quedan las canciones, y en ese sentido, el de Blur es un regreso más que digno.