martes, 18 de noviembre de 2014

Polvo de Estrellas

Megalomanía infinita. Esas son las dos palabras que pueden acercarse a una definición sobre el cine de Christopher Nolan. Un tipo con talento desperdiciado que, a pesar de todo, devuelve la polémica al cine con Interestelar, lo cual no deja de ser saludable aunque sus films no lo sean. 



Ya desde Memento, 2000 (primer película suya estrenada comercialmente en carteleras uruguayas), pudimos suponer de que iba el cine del británico Christopher Nolan: la manipulación. Claro está que el cine se trata de la misma aplicada a imágenes y a una historia que se nos cuenta, pero lo de este muchacho ya se extiende al público mismo, tratándolo un poco desmerecidamente y suponiendo que todo, absolutamente todo, debe explicársele.  Y es ese uno de los puntos flojos en el cine de Nolan: el subrayado. Pareciera que el director no confía en la subjetividad de las imágenes y menos aún en la inteligencia del espectador y por eso abundan los interminables parlamentos de los personajes y diálogos inverosímiles como el de  un astronauta contándole a otro (ya en pleno viaje, que es lo que harán, como si no lo hubiesen hablado antes). Si a esta característica, que en el cine tiene el nombre de "exposition", es decir, cuando los personajes se explican el uno al otro -y al público- lo que está sucediendo en la trama, le sumamos que se tratarán los grandes temas (el amor, nuestro lugar en el mundo, el tiempo) obtenemos nada más y nada menos que un film insoportable.


No es de viejo rezongón el comentario ni únicamente con afán de polemizar, pero da más bronca una película fallida de Nolan que la de cualquier otro artesano de la vuelta ya que el británico hoy día es uno de los pocos que gozan de una libertad absoluta dentro de un circuito cerrado y poco permisivo como el de Hollywood. Al director se le confían presupuestos multimillonarios y pareciera que nadie le cuestiona nada, lo cual llama la atención teniendo en cuenta los baches y la inverosimilitud de sus historias. Porque no estamos en contra de lo fantástico y la creación de nuevos mundos, todo lo contrario, pero al menos deben poseer estos una lógica interna que le dé una coherencia a asunto. Sin ánimo de arruinar la "sorpresa" que puede generar la trama (o espoilear como se dice ahora) es prácticamente ridículo el hecho de que, luego de un primer tramo del film, que maneja bien el timing y el suspenso, el protagonista (Matthew Mc Counaghey absorbido por su personaje de True Detective, Rust Cohle) junto a su hija van a dar con una  base hiper secreta de la NASA, y llega porque a esta última la gravedad le envía un mensaje. Y encima se nos explica (!).


Lo loco de todo esto es que parrafadas como esta conviven con un discurrir pasmoso sobre saberes científicos que el púbico no entenderá y al que quizás ni siquiera le interese. Se ve que los hermanos Nolan (Jonathan escribió el guión de esto) tienen miedo a que, por vacíos en la trama o explicaciones mal dadas, les caiga un ejército de nerds a cuestionarles. Lo cierto es que estamos hablando de cine y las explicaciones, dadas de esta forma, abruman y generan un tedio que va más allá de lo humanamente soportable. Todo lo posiblemente bueno que el film promete en sus primeros, pongamos, 45 minutos se diluye en un sinfín de explicaciones que de tan subrayadas confunden más de lo que aclaran. Esa primera parte que remite tanto a Spielberg (Encuentros Cercanos del Tercer Tipo) como a J.J. Abrams (Super 8, de ésta toma lo peor) e inclusive al ladrón de gallinas de M. Night Shyamalan (Señales, El Fin de los Tiempos) pasa de un momento a otro a una gélida aventura espacial que remite a los momentos más pasmosos de Kubrick (robot con forma de monolito incluido).


Lo raro es que, entre tanta explicación científica, que de tan rimbombante parece inventada, no se nos explique un poco mejor cómo McCounaghey pasa de ingeniero y piloto de la NASA devenido a granjero a nuevamente subirse a una nave con un seleccionado de notables (aquí aparece Anne Hathaway que rinde menos que nunca) a salvar al mundo o descubrir cómo hacerlo de un momento a otro. Tampoco se nos explica cómo el personaje de Michael Caine no envejece cuando los demás sí. No queremos contar de más pero ese es uno de los puntos más ridículos en un film que tiene grandes aspiraciones y que en realidad, por más que posea escenas de indudable belleza y hasta algún momento deliberadamente psicodélico que puede rendir, no llega a ningún lugar salvo al agotamiento.





jueves, 13 de noviembre de 2014

Magia Blanca

Desde hace bastante tiempo es moda pegarle a Woody Allen, más aún por motivos extracinematográficos. Lo cierto es que hace mucho que no la pega y que no podemos hablar de una "obra maestra" suya. Sin embargo en "Magia a la Luz de la Luna" palito recupera un ápice de su encanto y sin llegar a la excelencia, nos entrega su película más noble en años.


Lo de Woody Allen es un caso envidiable e inentendible en partes iguales: por un lado es increíble que, a sus 78 años, siga haciendo una película por año, por el otro, uno no entiende por qué lo hace, ya que muchas de esas entregas anuales parecen meros borradores en algunos casos o buenas ideas inacabadas en otros. Lo cierto es que el tipo sigue pese a todo, y ese "todo" incluye las malas críticas, el escaso éxito en su país y todo el run run alrededor de su vida privada (que aquí nadie justifica) que para colmo de males, antes del estreno de la película que nos ocupa, se vio nuevamente convulsionada por la acusación de abuso sexual por parte de Dylan Farrow, quien fue adoptada por Allen y Mia Farrow cuando todavía eran pareja. El asunto de su vida privada ha servido a los detractores más furibundos para que le caigan con todo a Allen. No es de extrañar que esto suceda en un país de doble moral como Estados Unidos. Pero una cosa es el cine o el arte en general y otra lo que hace el cineasta/artista en su vida privada. Si esto fuese aplicado a todos los artistas, muchos no pasarían de la mediocridad.


Tabloides aparte, podemos decir que, si bien no es una genialidad ni mucho menos, lo último de Woody es su producto más noble desde Dulce y Melancólico (?) de 1999. Muchos discreparán con esta idea, pero siendo un seguidor de Allen y habiendo visto toda su obra no puedo pensar en ninguna película del neoyorquino posterior a la antes mencionada que esté entre las "mayores" o "mejores". Es obvio que el sitial de privilegio lo ocupan sus películas de los 70 y los 80 (Annie Hall, Manhattan, Zelig, La Rosa Púrpura del Cairo, Hannah y sus Hermanas, Crímenes y Pecados) pero ni siquiera algunas de sus últimas películas más celebradas (Medianoche en París, Blue Jasmine) han estado a la altura del genial cineasta que Allen fue. La crítica tiende siempre a generar esa separación entre las películas "importantes" y "menores" del director. Teniendo en cuenta esta categorización, siempre errónea  y cuándo no, subjetiva, las películas de Allen más o menos desde 1990 en adelante entrarían en el grupo de las "menores", pero quizás lo que no se tiene en cuenta es que esas películas pueden ser deliberadamente pequeñas: no son horribles ni malas Maridos y Esposas, Todos Dicen Te Quiero o Los Secretos de Harry, y no por no tener la pretensión de trascendencia que otras películas suyas tenían deben ser desconsideradas. Magia a la Luz de la Luna entraría en este grupo de películas que, por no querer ser "grandes" son denostadas, cuando en realidad debería celebrarse el simple hecho de no querer serlo.


Los ojos gigantes de Emma Stone -que protagonizará la última película de Allen junto a Joaquin Phoenix, en lo que podría resultar un hallazgo o un soplo de aire fresco para una película del director- y la actuación, no imitación como hacen tooodos los que sustituyen a Woody en el protagónico de sus películas, de Colin Firth son de lo más saludable que le ha pasado en mucho tiempo al cine del director, y ambos sostienen y llevan adelante una trama que, si bien transcurre en los encantadores paisajes de la Costa Azul francesa, por suerte se aleja de las excursiones de Woody por el mundo. No es que deba quedarse en New York para que sus historias rindan, pero el Londres de Matchpoint (2005), El Sueño de Cassandra (2007) y Conocerás al Hombre de tus Sueños (2010), no lo hacían más satisfactorio. Menos aún el erotismo catalán de Vicky Cristina Barcelona (2008) y su paseo miope por la capital italiana (A Roma con amor, 2012) o el viaje en el tiempo parisino (Medianoche en París, 2011, la cual fue considerada como una de sus mejores películas en años).


Si bien en este lado del mundo se nos quiso vender la última película del director como si fuese una continuación de aquella, incluso llegando a usar de fondo para el afiche promocional la misma imitación de La Noche Estrellada de Van Gogh, lo cierto es que no lo es. Por Suerte. En esa película a la que no salvaba la presencia del bueno de Owen Wison, Allen se dio el lujo de hablar de los grandes artistas de aquel momento (Hemingway, Scott Fitzgerald, Stein, Dalí, etc.) pero lo cierto es que la película hacía agua y era más pretenciosa de los que muchos quisieron ver. No negamos aquí que comparten una ambientación en  la misma época y que ambas transcurren en Francia (aunque Magia a la Luz de la Luna arranca en Berlín), pero lejos de lo fantástico-pretencioso de Medianoche en París, Woody aspira a la simpleza a pesar de la suntuosa vida y costumbres que llevan adelante los personajes retratados y, por la trama, tiene más puntos de contacto con su episodio de Historias de Nueva York (film episódico realizado nada más y nada menos que con Francis Ford Coppola y Martin Scorsese) y sobre todo con Alice (1990) por su tratamiento sobre la fe en lo paranormal y las creencias en lo esotérico de la magia y los adivinos.


Sí, hay un vestuario puntilloso, muchas flores y colores (hay mar, campiña, hermosos paisajes y arquitecturas de sobra) pero no existe ese afán de mostrar mirá qué copado que era esto. La película se preocupa por las relaciones y los diálogos más que por los grandes temas. Firth y Stone se sacan chispas y, si bien ya desde el vamos sabemos qué pasará y cómo terminará lo que importa aquí como está contado, y eso, en este film no falla. Esperemos que esta vuelta a la simpleza le dé  a Woody la nueva obra maestra de la madurez (ancianidad quizás) que merece desde hace rato.


lunes, 10 de noviembre de 2014

Canciones Para Aprender y Cantar

Como parte de esta especie de fiebre post punk y ochentosa que está azotando Montevideo (New Order, Peter hook, The Mission) vino Echo & The Bunnymen como tercera y última (?) entrega de La Trastienda Sessions. Los muchachos contentos.

Domingo. Día atípico para un recital si los hay, mas aún si se tiene en cuenta que se jugaba el clásico entre Peñarol y Nacional en la ciudad. Es cierto que cuesta imaginar gente con gel, peinados dark y gabardinas negras en la Amsterdam o la Colombes saliendo presurosos del Centenario para ver a Ian McCulloch y Will Sergeant (únicos miembros de a formación original de la banda) pero lo cierto es que, contra todos los pronósticos había gente en La Trastienda.



Muchos de los allí presentes, visiblemente veteranos y emocionados, esperaban a la banda que seguramente escucharon en un casete grabado hace quién sabe cuánto, muchos otros -la mayoría- si bien poseedores de barbas, jóvenes que quizás ni eran nacidos cuando la banda la estaba pegando en la por entonces lejana Inglaterra. Muchos de ellos seguramente eran los que a final del show esperaban ansiosos la salida de McCulloch y compañía para que les fuesen firmados los vinilos que llevaban consigo. Debieron conformarse con la firma del guitarrista Sergeant y  resto de los músicos, Ian nunca apareció (al menos hasta que estuve allí observando la situación).

Como buen rocker y gran ególatra McCulloch (visiblemnente detonando, alternando vino en copa, whisky en vaso y agua en botellita, y no sabemos a ciencia cierta qué más, aunque era notorio) salió a escena junto a los hombres conejo a las 22 horas, una hora después de lo estipulado, haciendo que los presentes, acalorados como ya es un (in)sana costumbre en La Trastienda, se impacientaran un poquitín. La espera fue amenizada con música pero vaya a saber si se dieron cuenta que estaban pasando temas de The Smiths (!). Lo cierto es que cuando arrancaron lo hicieron casi sin parar, McCulloch estático como casi siempre, agarrado del pie de su micrófono empezó a entonar la letra de "Rescue" de su primer disco "Crocodiles" (1980), los nostálgicos y fanáticos de la primera hora babeaban. A su primer opus volverían de inmediato cuando hicieron "Villiers Terrace" que desembocó casi naturalmente en una versión de "Roadhouse Blues" de The Doors, de quienes también versionaron "People Are Strange" (que en su momento fue parte de la banda sonora de "The Lost Boys" del infame de Joel Schumacher).


El setlist siguió irreprochable para cualquiera que gustase de la banda, eso sí, sin dejar de lado su impronta de pop sofisticado y psicódelico, la banda sonó mas cruda y potente que en sus versiones de estudio. Es cierto que han pasado muchos años pero los nenes supieron, a su manera claro está, aggiornarse a los tiempos que corren y de esa manera entregaron sentidas versiones de clásicos pertenecientes a sus mas emblemáticos discos: de "Heaven Up Here" (1981) sonaron "All My Colours (Zimbo)" y "Over The Wall", de "Porcupine" (1983) obviamente estuvo "The Cutter" y de su famosa recopilación "Songs To Learn and Sing" (1985) sonaron dos de sus más resonantes hits que sólo fueron editados como simples en su momento, hablamos de "Bring On The Dancing Horses" y "Never Stop", además otro de los simples de aquel momento que sonó fue "Bedbugs and Ballyhoo". 


Si bien editaron "Meteorites" este año casi que no le dieron bola a su último material, las excepciones fueron dos, "Holy Moses" (el protohit del disco) y "Constantinople" pero al que sí le dieron bola fue a si clásico de 1984 "Ocean Rain", del cual sonaron las geniales "Seven Seas", "Killing Moon" cómo no y "Lips Like Sugar ", ya en los bises y precedida por "Nothing Lasts Forever" de su álbum de resurrección "Evergreen" (1997) que derivó en una libre versión de "Walk On The Wild Side" de Lou Reed, que provocó el típico uoh oh oh oh y las palmitas de la gente, cosa que al tirano de McCulloch mucho no le gustó, ya que espetó con su inconfundible e inentendible acento cockney un "don't clap" fulminante. Lo que sí se le entendió como a cualquier ciudadano de Liverpool fue cuando dijo Luis Suárez, cosa que obviamente fue celebrada por el cholulo uruguayo promedio. Pero hablar y cantar son dos cosas diferentes y, para el segundo bis, McCulloch demostró dos cosas, que los años de intensivo consumo del cigarrillo afectaron su gola otrora cristalina pero que, cuando tiene que dejar la garganta en pos de sus canciones lo hace. Y así fue el cierre con "Ocean Rain", tema originalmente bastante bajonero y que aquí, gracias a la actitud se volvió un grand finale para uno de esos conciertos que jamás pensamos íbamos a ver por aquí.