miércoles, 4 de febrero de 2015

Humor en Blanco y Negro

Si bien cuentan con serie propia desde el 2008, era sabido que debían tener su propia película y el momento llegó: Los Pingüinos de Madagascar mueven el bote y sacuden (un poco) la modorra del cine de animación a pura anarquía cinematográfica.

Son muchos los casos de películas cuyos protagonistas terminan opacados por algún secundario. Piensen si no en los minions de Mi Villano Favorito o Scrat (la ardilla fisurada por la bellota) de La Era del Hielo. Muchas veces nos olvidamos de los personajes protagónicos porque personajes como los antes mencionados pueden llegar a robarse el film. Algunos ameritarían una película propia (minions) mientras que otros quizás no tanto (Scrat), pero lo que sí es seguro es que todos están de acuerdo en que los pingüinos la vienen mereciendo desde hace un buen tiempo.

Este spinoff de Madagascar por un lado viene a dejar en claro dos cosas: en primer lugar el jugo infinito que se le puede exprimir en Hollywood a una franquicia parece no agotarse, es más, seguramente hayan secuelas de este film. Segundo, que se dé el aprovechamiento de personajes de estas características no implica que el asunto huela a refrito u oportunismo, ya que los pingüinos se sustentan por sí mismos en cuanto personajes. Es sabido de antemano que si se va a ver a los plumíferos la cuestión va por el lado de la acción, ya que conocemos el proceder del grupo conformado por Skipper, Kowalski, Rico y Private (acá rebautizado Cabo, ya que soldado raso, la verdadera traducción del término private en este caso, se ve que no iba bien para los distribuidores locales).



Podemos decir que la película comienza de manera un tanto desacertada, ya que se nos cuenta la innecesaria génesis de estos cuatro personajes a través de una escena que, si bien parodia al documental francés La Marcha de los Pingüinos, parece extraída de Happy Feet. En dicha escena se nos explica el por qué de Cabo en un grupo de notables cuando él no es realmente muy útil ni tampoco parece ser muy inteligente. Pasada la mencionada escena ya podemos deleitarnos con la acción frenética y por momentos salvaje en la que los pingüinos elaboran un plan digno de una película de James Bond. De ahí en adelante todo será aventura y golpe y porrazo.

Aparecen personajes nuevos, cómo no: tenemos a Dave, el “villano” que no es necesariamente malo, sino que quiere vengarse por el daño que las simpáticas aves le hicieron sin saberlo y que en su versión original tiene la voz de John Malkovich (acá de eso ni hablemos porque las únicas copias disponibles son dobladas). Por otro lado tenemos a Viento del Norte, un escuadrón de elite de aparición un tanto innecesaria pero que, como todo en la película, es producto del capricho, del azar y la más absoluta arbitrariedad. No es que no resulten simpáticos la lechuza, el oso polar, el lobo y la foca que lo componen, sino que podrían no haber existido y nosotros ni nos enterábamos.


Algunas situaciones adversas como mencionábamos se resuelven sin mayores explicaciones, como cuando los pingüinos son afectados sufriendo mutaciones. Los hilos argumentales no siempre son respetados y muchas situaciones simplemente parecen disolverse, emparentando a los pajarracos con el espíritu caótico de los Looney Tunes o de Tex Avery. Esto para el público más pequeño tendrá cero relevancia, ellos disfrutarán de acción y aventuras sin pausa a un ritmo frenético y con un par de escenas realmente brillantes, mientras que nosotros, los que estamos un poco más crecidos, disfrutaremos por su parte de un sinfín de gags y chistes que los más pequeños no podrán decodificar.


En resumen, si bien la película no llega a ser una obra maestra ni a estar a la altura de algunos hitos que en el 2014 nos dejó el cine de animación, como La Gran Aventura Lego, es un pasatiempo sumamente disfrutable, tanto para grandes como para chicos, que parece evitar la cursilería por todos los medios (aunque hacia el final un poco se edulcora todo) y deja sentadas las bases para las películas que vendrán. Esperaremos más del cuarteto blanco y negro.




(*) Esta reseña fue publicada previamente en Radio UNO Digital

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