jueves, 13 de noviembre de 2014

Magia Blanca

Desde hace bastante tiempo es moda pegarle a Woody Allen, más aún por motivos extracinematográficos. Lo cierto es que hace mucho que no la pega y que no podemos hablar de una "obra maestra" suya. Sin embargo en "Magia a la Luz de la Luna" palito recupera un ápice de su encanto y sin llegar a la excelencia, nos entrega su película más noble en años.


Lo de Woody Allen es un caso envidiable e inentendible en partes iguales: por un lado es increíble que, a sus 78 años, siga haciendo una película por año, por el otro, uno no entiende por qué lo hace, ya que muchas de esas entregas anuales parecen meros borradores en algunos casos o buenas ideas inacabadas en otros. Lo cierto es que el tipo sigue pese a todo, y ese "todo" incluye las malas críticas, el escaso éxito en su país y todo el run run alrededor de su vida privada (que aquí nadie justifica) que para colmo de males, antes del estreno de la película que nos ocupa, se vio nuevamente convulsionada por la acusación de abuso sexual por parte de Dylan Farrow, quien fue adoptada por Allen y Mia Farrow cuando todavía eran pareja. El asunto de su vida privada ha servido a los detractores más furibundos para que le caigan con todo a Allen. No es de extrañar que esto suceda en un país de doble moral como Estados Unidos. Pero una cosa es el cine o el arte en general y otra lo que hace el cineasta/artista en su vida privada. Si esto fuese aplicado a todos los artistas, muchos no pasarían de la mediocridad.


Tabloides aparte, podemos decir que, si bien no es una genialidad ni mucho menos, lo último de Woody es su producto más noble desde Dulce y Melancólico (?) de 1999. Muchos discreparán con esta idea, pero siendo un seguidor de Allen y habiendo visto toda su obra no puedo pensar en ninguna película del neoyorquino posterior a la antes mencionada que esté entre las "mayores" o "mejores". Es obvio que el sitial de privilegio lo ocupan sus películas de los 70 y los 80 (Annie Hall, Manhattan, Zelig, La Rosa Púrpura del Cairo, Hannah y sus Hermanas, Crímenes y Pecados) pero ni siquiera algunas de sus últimas películas más celebradas (Medianoche en París, Blue Jasmine) han estado a la altura del genial cineasta que Allen fue. La crítica tiende siempre a generar esa separación entre las películas "importantes" y "menores" del director. Teniendo en cuenta esta categorización, siempre errónea  y cuándo no, subjetiva, las películas de Allen más o menos desde 1990 en adelante entrarían en el grupo de las "menores", pero quizás lo que no se tiene en cuenta es que esas películas pueden ser deliberadamente pequeñas: no son horribles ni malas Maridos y Esposas, Todos Dicen Te Quiero o Los Secretos de Harry, y no por no tener la pretensión de trascendencia que otras películas suyas tenían deben ser desconsideradas. Magia a la Luz de la Luna entraría en este grupo de películas que, por no querer ser "grandes" son denostadas, cuando en realidad debería celebrarse el simple hecho de no querer serlo.


Los ojos gigantes de Emma Stone -que protagonizará la última película de Allen junto a Joaquin Phoenix, en lo que podría resultar un hallazgo o un soplo de aire fresco para una película del director- y la actuación, no imitación como hacen tooodos los que sustituyen a Woody en el protagónico de sus películas, de Colin Firth son de lo más saludable que le ha pasado en mucho tiempo al cine del director, y ambos sostienen y llevan adelante una trama que, si bien transcurre en los encantadores paisajes de la Costa Azul francesa, por suerte se aleja de las excursiones de Woody por el mundo. No es que deba quedarse en New York para que sus historias rindan, pero el Londres de Matchpoint (2005), El Sueño de Cassandra (2007) y Conocerás al Hombre de tus Sueños (2010), no lo hacían más satisfactorio. Menos aún el erotismo catalán de Vicky Cristina Barcelona (2008) y su paseo miope por la capital italiana (A Roma con amor, 2012) o el viaje en el tiempo parisino (Medianoche en París, 2011, la cual fue considerada como una de sus mejores películas en años).


Si bien en este lado del mundo se nos quiso vender la última película del director como si fuese una continuación de aquella, incluso llegando a usar de fondo para el afiche promocional la misma imitación de La Noche Estrellada de Van Gogh, lo cierto es que no lo es. Por Suerte. En esa película a la que no salvaba la presencia del bueno de Owen Wison, Allen se dio el lujo de hablar de los grandes artistas de aquel momento (Hemingway, Scott Fitzgerald, Stein, Dalí, etc.) pero lo cierto es que la película hacía agua y era más pretenciosa de los que muchos quisieron ver. No negamos aquí que comparten una ambientación en  la misma época y que ambas transcurren en Francia (aunque Magia a la Luz de la Luna arranca en Berlín), pero lejos de lo fantástico-pretencioso de Medianoche en París, Woody aspira a la simpleza a pesar de la suntuosa vida y costumbres que llevan adelante los personajes retratados y, por la trama, tiene más puntos de contacto con su episodio de Historias de Nueva York (film episódico realizado nada más y nada menos que con Francis Ford Coppola y Martin Scorsese) y sobre todo con Alice (1990) por su tratamiento sobre la fe en lo paranormal y las creencias en lo esotérico de la magia y los adivinos.


Sí, hay un vestuario puntilloso, muchas flores y colores (hay mar, campiña, hermosos paisajes y arquitecturas de sobra) pero no existe ese afán de mostrar mirá qué copado que era esto. La película se preocupa por las relaciones y los diálogos más que por los grandes temas. Firth y Stone se sacan chispas y, si bien ya desde el vamos sabemos qué pasará y cómo terminará lo que importa aquí como está contado, y eso, en este film no falla. Esperemos que esta vuelta a la simpleza le dé  a Woody la nueva obra maestra de la madurez (ancianidad quizás) que merece desde hace rato.


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