Megalomanía infinita. Esas son las dos palabras que pueden acercarse a una definición sobre el cine de Christopher Nolan. Un tipo con talento desperdiciado que, a pesar de todo, devuelve la polémica al cine con Interestelar, lo cual no deja de ser saludable aunque sus films no lo sean.
Ya desde Memento, 2000 (primer película suya estrenada comercialmente en carteleras uruguayas), pudimos suponer de que iba el cine del británico Christopher Nolan: la manipulación. Claro está que el cine se trata de la misma aplicada a imágenes y a una historia que se nos cuenta, pero lo de este muchacho ya se extiende al público mismo, tratándolo un poco desmerecidamente y suponiendo que todo, absolutamente todo, debe explicársele. Y es ese uno de los puntos flojos en el cine de Nolan: el subrayado. Pareciera que el director no confía en la subjetividad de las imágenes y menos aún en la inteligencia del espectador y por eso abundan los interminables parlamentos de los personajes y diálogos inverosímiles como el de un astronauta contándole a otro (ya en pleno viaje, que es lo que harán, como si no lo hubiesen hablado antes). Si a esta característica, que en el cine tiene el nombre de "exposition", es decir, cuando los personajes se explican el uno al otro -y al público- lo que está sucediendo en la trama, le sumamos que se tratarán los grandes temas (el amor, nuestro lugar en el mundo, el tiempo) obtenemos nada más y nada menos que un film insoportable.
No es de viejo rezongón el comentario ni únicamente con afán de polemizar, pero da más bronca una película fallida de Nolan que la de cualquier otro artesano de la vuelta ya que el británico hoy día es uno de los pocos que gozan de una libertad absoluta dentro de un circuito cerrado y poco permisivo como el de Hollywood. Al director se le confían presupuestos multimillonarios y pareciera que nadie le cuestiona nada, lo cual llama la atención teniendo en cuenta los baches y la inverosimilitud de sus historias. Porque no estamos en contra de lo fantástico y la creación de nuevos mundos, todo lo contrario, pero al menos deben poseer estos una lógica interna que le dé una coherencia a asunto. Sin ánimo de arruinar la "sorpresa" que puede generar la trama (o espoilear como se dice ahora) es prácticamente ridículo el hecho de que, luego de un primer tramo del film, que maneja bien el timing y el suspenso, el protagonista (Matthew Mc Counaghey absorbido por su personaje de True Detective, Rust Cohle) junto a su hija van a dar con una base hiper secreta de la NASA, y llega porque a esta última la gravedad le envía un mensaje. Y encima se nos explica (!).
Lo loco de todo esto es que parrafadas como esta conviven con un discurrir pasmoso sobre saberes científicos que el púbico no entenderá y al que quizás ni siquiera le interese. Se ve que los hermanos Nolan (Jonathan escribió el guión de esto) tienen miedo a que, por vacíos en la trama o explicaciones mal dadas, les caiga un ejército de nerds a cuestionarles. Lo cierto es que estamos hablando de cine y las explicaciones, dadas de esta forma, abruman y generan un tedio que va más allá de lo humanamente soportable. Todo lo posiblemente bueno que el film promete en sus primeros, pongamos, 45 minutos se diluye en un sinfín de explicaciones que de tan subrayadas confunden más de lo que aclaran. Esa primera parte que remite tanto a Spielberg (Encuentros Cercanos del Tercer Tipo) como a J.J. Abrams (Super 8, de ésta toma lo peor) e inclusive al ladrón de gallinas de M. Night Shyamalan (Señales, El Fin de los Tiempos) pasa de un momento a otro a una gélida aventura espacial que remite a los momentos más pasmosos de Kubrick (robot con forma de monolito incluido).
Lo raro es que, entre tanta explicación científica, que de tan rimbombante parece inventada, no se nos explique un poco mejor cómo McCounaghey pasa de ingeniero y piloto de la NASA devenido a granjero a nuevamente subirse a una nave con un seleccionado de notables (aquí aparece Anne Hathaway que rinde menos que nunca) a salvar al mundo o descubrir cómo hacerlo de un momento a otro. Tampoco se nos explica cómo el personaje de Michael Caine no envejece cuando los demás sí. No queremos contar de más pero ese es uno de los puntos más ridículos en un film que tiene grandes aspiraciones y que en realidad, por más que posea escenas de indudable belleza y hasta algún momento deliberadamente psicodélico que puede rendir, no llega a ningún lugar salvo al agotamiento.
Lo loco de todo esto es que parrafadas como esta conviven con un discurrir pasmoso sobre saberes científicos que el púbico no entenderá y al que quizás ni siquiera le interese. Se ve que los hermanos Nolan (Jonathan escribió el guión de esto) tienen miedo a que, por vacíos en la trama o explicaciones mal dadas, les caiga un ejército de nerds a cuestionarles. Lo cierto es que estamos hablando de cine y las explicaciones, dadas de esta forma, abruman y generan un tedio que va más allá de lo humanamente soportable. Todo lo posiblemente bueno que el film promete en sus primeros, pongamos, 45 minutos se diluye en un sinfín de explicaciones que de tan subrayadas confunden más de lo que aclaran. Esa primera parte que remite tanto a Spielberg (Encuentros Cercanos del Tercer Tipo) como a J.J. Abrams (Super 8, de ésta toma lo peor) e inclusive al ladrón de gallinas de M. Night Shyamalan (Señales, El Fin de los Tiempos) pasa de un momento a otro a una gélida aventura espacial que remite a los momentos más pasmosos de Kubrick (robot con forma de monolito incluido).
Lo raro es que, entre tanta explicación científica, que de tan rimbombante parece inventada, no se nos explique un poco mejor cómo McCounaghey pasa de ingeniero y piloto de la NASA devenido a granjero a nuevamente subirse a una nave con un seleccionado de notables (aquí aparece Anne Hathaway que rinde menos que nunca) a salvar al mundo o descubrir cómo hacerlo de un momento a otro. Tampoco se nos explica cómo el personaje de Michael Caine no envejece cuando los demás sí. No queremos contar de más pero ese es uno de los puntos más ridículos en un film que tiene grandes aspiraciones y que en realidad, por más que posea escenas de indudable belleza y hasta algún momento deliberadamente psicodélico que puede rendir, no llega a ningún lugar salvo al agotamiento.