Que Richard Linklater es un director a seguir y que siempre puede darnos satisfacciones ya lo sabíamos, pero que se despacharía con tamaña película como Boyhood y que haría algo que no se había hecho en el cine hasta hoy es una de las sorpresas más gratificantes del año.
Síntesis. Esa puede ser la palabra que defina a la última obra (maestra) de Richard Linklater. La vida de los jóvenes en Estados Unidos y su paso a la adultez (Dazed and Confused, Slacker, Suburbia), los diálogos filosófico-existenciales (Waking Life, la trilogía Antes de) y cierta idea de ser bien pensante en un país que no lo es (Fast Food Nation). Aquí ni siquiera son visibles los coqueteos que el director ha tenido con el mainstream (Escuela de Rock, The Newton Boys, Los Osos de la Mala Suerte), Boyhood es Linklater en su mejor forma y en estado puro. Uno Podía intuir en esa larga caminata de la hermosa Antes del Atardecer lo mucho que el cine de Eric Rohmer y François Truffaut le gusta a Richard. Pero lo que a François le llevó cuatro películas y un corto con Antoine Donel (encarnado por el eterno Jean-Pierre Léaud) a Linklater le llevó una película, eso sí, no cualquier película, sino una de largo aliento, de casi tres horas de duración y que fue rodada durante 12 años con los mismos actores, a razón de una semana cada año y con un presupuesto que, para los estándares, fue casi ínfimo (U$S 200.000).
Esto supuso no sólo algo inédito en el mundo del cine, sino también algo ilegal: en EE.UU no se puede contratar a alguien para actuar por más de 7 años seguidos y, si bien es tan sólo una nota de color dentro de la enormidad de la película, lo cierto es que demuestra la entereza y amor por el cine del director. Linkater va más allá de la ley en pos del logro artístico. Amor que también profesa en el tratamiento de los personajes. Tanto el niño al que vemos crecer delante de nuestro ojos, Mason (Ellar Coltrane), así como su hermana Samantha (Lorelei Linklater, hija del director en la vida real) y sus padres (geniales Patricia Arquette y Ethan Hawke, que parece funcionar sólo con Linklater) son tan imperfectos como queribles. Ninguno hace todo bien -de hecho los padres tuvieron a Mason y a su hermana cuando eran unos veinteañeros y luego se separaron, no del todo bien, según lo que el film nos da a entender- pero tampoco lo hacen todo mal. Él se endereza y forma otra familia, ella se recibe y comienza a dar clases. Esto puede apreciarse en escenas como en la que el personaje de Hawke les da una charla de educación sexual a sus hijos en plena comida, o en la que acampa con su hijo que demuestran que, hay sentimientos profundos y cariño real detrás de esa superficie imperfecta. En fin, como sucede en la vida real.
Es cierto, el padre es un músico frustrado que se termina convirtiendo en la antítesis de lo que alguna vez imaginó, la madre pasó por muchas relaciones y convivencias con novios abusivos o directamente desastrosos y los muchachos, ya de grandes son bastante mutantes en su proceder ante la vida. Son esos jóvenes que no son cool pero que a la vez pueden tener su onda siendo simplemente ellos, esa clase de jóvenes que parecen ser hoy los nuevos prototipos del joven popular (norte)americano. Esta película es lo que sugiere, sé vos mismo y a algún lado vas a llegar. Quizás haya mucho optimismo en algunas situaciones, pero hay que ser justos y decir que también hay momentos amargos, momentos de mierda. Linklater sabe bien de qué habla porque Mason y su familia están moldeados -narración cinematográfica mediante- en su propia familia. Hábilmente el director nos lleva de la alegría a la emoción, de la risa a llanto en un par de escenas.
El film es engañosamente simple en apariencia, es una película enorme pero sin pretensiones formales, de ahí que mucha gente la vea como "nada de otro mundo" o que simplemente "está bien", pero lo cierto es que hay que tener cojones para hacer semejante film, uno notoriamente autobiográfico en el que se apuesta más a los diálogos y a los momentos que son producto de la lógica interna de la misma película que a la parafernalia al pedo a la que nos tiene acostumbrados el mal Hollywood. Basta ver las transiciones y cómo nos indica el paso del tiempo el director (aquí no hay maquillaje ni F/X) para ver que hay pretensión de trascender pero no a través de lo ampuloso. Entre un plano y otro, de la nada, vemos que e chico creció, que la madre engordó y se cortó el pelo o que el padre adelgazó aún más y que cambió de vestuario y personalidad radicalmente.
En síntesis, uno de los bálsamos que cada tanto vienen del país del norte, un film imprescindible que confirma que en Linklater tenemos a un autor inteligente, humano y sensible que puede hacer maravillas como ésta, para ver más de una vez (si bien dura casi tres horas como dijimos cada visionado arrojará nuevas lecturas e interpretaciones) y de la que seguramente estaremos hablando por mucho tiempo. Hay que verla y seguramente como gran película que es seguirá muy poco en cartel. A no dormirse.
Síntesis. Esa puede ser la palabra que defina a la última obra (maestra) de Richard Linklater. La vida de los jóvenes en Estados Unidos y su paso a la adultez (Dazed and Confused, Slacker, Suburbia), los diálogos filosófico-existenciales (Waking Life, la trilogía Antes de) y cierta idea de ser bien pensante en un país que no lo es (Fast Food Nation). Aquí ni siquiera son visibles los coqueteos que el director ha tenido con el mainstream (Escuela de Rock, The Newton Boys, Los Osos de la Mala Suerte), Boyhood es Linklater en su mejor forma y en estado puro. Uno Podía intuir en esa larga caminata de la hermosa Antes del Atardecer lo mucho que el cine de Eric Rohmer y François Truffaut le gusta a Richard. Pero lo que a François le llevó cuatro películas y un corto con Antoine Donel (encarnado por el eterno Jean-Pierre Léaud) a Linklater le llevó una película, eso sí, no cualquier película, sino una de largo aliento, de casi tres horas de duración y que fue rodada durante 12 años con los mismos actores, a razón de una semana cada año y con un presupuesto que, para los estándares, fue casi ínfimo (U$S 200.000).
Esto supuso no sólo algo inédito en el mundo del cine, sino también algo ilegal: en EE.UU no se puede contratar a alguien para actuar por más de 7 años seguidos y, si bien es tan sólo una nota de color dentro de la enormidad de la película, lo cierto es que demuestra la entereza y amor por el cine del director. Linkater va más allá de la ley en pos del logro artístico. Amor que también profesa en el tratamiento de los personajes. Tanto el niño al que vemos crecer delante de nuestro ojos, Mason (Ellar Coltrane), así como su hermana Samantha (Lorelei Linklater, hija del director en la vida real) y sus padres (geniales Patricia Arquette y Ethan Hawke, que parece funcionar sólo con Linklater) son tan imperfectos como queribles. Ninguno hace todo bien -de hecho los padres tuvieron a Mason y a su hermana cuando eran unos veinteañeros y luego se separaron, no del todo bien, según lo que el film nos da a entender- pero tampoco lo hacen todo mal. Él se endereza y forma otra familia, ella se recibe y comienza a dar clases. Esto puede apreciarse en escenas como en la que el personaje de Hawke les da una charla de educación sexual a sus hijos en plena comida, o en la que acampa con su hijo que demuestran que, hay sentimientos profundos y cariño real detrás de esa superficie imperfecta. En fin, como sucede en la vida real.
El film es engañosamente simple en apariencia, es una película enorme pero sin pretensiones formales, de ahí que mucha gente la vea como "nada de otro mundo" o que simplemente "está bien", pero lo cierto es que hay que tener cojones para hacer semejante film, uno notoriamente autobiográfico en el que se apuesta más a los diálogos y a los momentos que son producto de la lógica interna de la misma película que a la parafernalia al pedo a la que nos tiene acostumbrados el mal Hollywood. Basta ver las transiciones y cómo nos indica el paso del tiempo el director (aquí no hay maquillaje ni F/X) para ver que hay pretensión de trascender pero no a través de lo ampuloso. Entre un plano y otro, de la nada, vemos que e chico creció, que la madre engordó y se cortó el pelo o que el padre adelgazó aún más y que cambió de vestuario y personalidad radicalmente.
En síntesis, uno de los bálsamos que cada tanto vienen del país del norte, un film imprescindible que confirma que en Linklater tenemos a un autor inteligente, humano y sensible que puede hacer maravillas como ésta, para ver más de una vez (si bien dura casi tres horas como dijimos cada visionado arrojará nuevas lecturas e interpretaciones) y de la que seguramente estaremos hablando por mucho tiempo. Hay que verla y seguramente como gran película que es seguirá muy poco en cartel. A no dormirse.